En este espacio, no pretendo contar toda mi vida. Mi intención es compartir por dónde ha pasado mi camino, aquello que me ha permitido llegar donde me encuentro hoy.
Mi primera experiencia que cuestionó que el mundo no solo era aquello que veía fue a los 4 años. Desgraciadamente, sufrimos un terrible accidente de coche, mi familia y yo, donde falleció mi prima, pocos años mayor que yo. Allí, desde una conciencia rudimentaria, sin base para comprender nada de lo que estaba ocurriendo, en shock, pánico y sintiendo la muerte presente, supe desde el dolor que la vida no podía ser solo eso, que algo mayor estaba más allá de la brutal experiencia. ¿Qué sentido tenía todo eso si no? ¿A esto habíamos venido? Pero yo solo tenía 4 años y a nadie que me pudiera acompañar en todo esto. ¿Acaso alguien de mi alrededor podía ver esta realidad en sí misma y en mí? ¿Y si fuera así, estaba preparado para acompañarme?
Muy inconsciente del rastro que dejaba en mí todo aquello, un fondo profundo de dolor, vacío, tristeza, malestar e infelicidad se fue generando en mí y me acompañó a lo largo de mi infancia y juventud. Mi alegría de vivir se fue quedando oculta bajo la sombra de este fondo que iba creciendo. El malestar cobró vida en relación a mi familia, mis estudios, mis amistades… Me volví rebelde y por supuesto negué a Dios o a cualquier posible creación superior. Inmersa en mi ateísmo y negación, viví en un aislamiento profundo. Un aislamiento de alma. Y me negué a Ser, era un “Yo” deambulando por el mundo sin mucho sentido, desconectada de mi esencia, de quien realmente era yo. Y así anduve, ocultándome bajo mi “máscara social”, jugando a ser “una humana más” y peleándome y enfadándome con la vida. Me volví dura y ácida.
Era un sin sentido: ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tiene la vida?
Pero a pesar de este pozo oscuro que ocupaba gran parte de mi vida interior y me ahogaba, un hilo de luz quedó y fue tirando de mí, a menudo inconscientemente, muy a ciegas. Pero fue tirando de mí. Un hilo y un Ángel de la Guarda.
Mi depresión interna me llevó a mi primera psicoterapia, tenía 18 años. Hasta aquel entonces divagaba sin rumbo en mis estudios, pero la experiencia de la terapia me empezó a revelar mi camino. A mí ya me gustaba la psicología, pero estaba demasiado peleada y con dolor hacia el mundo educativo como para tener la fuerza para emprender este camino. Y fue entones con la terapia que tomé la fuerza y decidí estudiar psicología… Sentía que el proceso me había ayudado y yo también quería ayudar a los demás.
Aún lejos de conectar conmigo misma, la esperanza fue creciendo: Quizás sí podrá ser… eso en mí llamado “estar viva”. Es lo que empezó muy poquito a poco a salir a la superficie.
Al terminar la licenciatura decidí salir a ver mundo y me fui a estudiar y trabajar al extranjero. Lejos de mi familia, de mis amigos, cerrando la relación de muchos años con la que era mi pareja aquel entonces y separándome de mi nuevo compañero de viaje, un caballo al que bauticé como Atlas, inicié una nueva etapa. Por un lado se me abrió un mundo nuevo y viví una aventura preciosa. Por otro lado poco a poco empezó mi gran camino de encontrarme conmigo misma. Lejos de un camino de flores, caí en ese pozo oscuro que se había cocido durante tantos años. Si bien fue una caída libre y dura, también se me presentó la gran oportunidad para verme y empezar mi camino de conciencia y sanación. A partir de ahí empecé a vivir cara a cara con mi gran pareja de baile, el aislamiento que sentía en mi interior. Ya no había nada que me lo escondiera. Él y yo, mano a mano en la vida.
Hago un apunte en mi relato, para poder incluir algo que es importante y no quiero dejar de lado, sin ello mucho de lo vivido no tiene sentido. Y os lo voy a contar en el apartado Pacto de Almas.
Sigo…
Decidí volver de la aventura con un sentimiento agridulce y con mucha angustia…
No sabiendo cuál era mi lugar ni hacia donde continuar, que cayó en mis manos otra oportunidad para seguir con mi camino. De nuevo mi Guía me mostraba el camino cuando yo ya no veía nada: la especialización en psicoterapia que encajaba con lo que yo sentía y por donde yo intuía que pasaba la vida. Y desde aquí una vez más el camino se encauzó. Llevaba dos años de nuevo en terapia pero sin avanzar, cuando en el segundo año de formación me encontré a la que fue mi profesora y después mi psicoterapeuta durante 10 años. Me ayudó a abrir mis heridas profundas y me acompañó a curar mi dolor y abrirme a amarme como nunca nadie lo había hecho antes. Aprendí de ella muchísimo y con ella me formé en mi segunda especialización en psicoterapia. Me desarrollé y me asenté como profesional a su lado durante 12 años. Crecí a todos los niveles. Descubrí en mí un potencial que nunca antes había visto y vivido en mí. A ella le agradezco una parte fundamental de mi camino. Ha sido una persona muy importante para mí y resta en mi corazón. Una de las muchas cosas que aprendí a lo largo de esos años fue a sentirme y percibirme a mí y a percibir mi conciencia, dándome cuenta que mi Ser llamaba a expandirse sin cesar. Pero también me di cuenta de que yo aún no había tocado techo y que mi alma llamaba a la libertad de ser y vivir. Necesitaba seguir avanzando en mi camino de conciencia, al lado o no de ella. Mi Ser gritaba, ¡¡¡¡Quiero seguir creciendo!!! El camino a su lado se me hacía estrecho y me sentía andando con las alas plegadas, ya no me valía todo como hasta entonces me había valido. Ya no avanzaba y reprimir mi conciencia era el precio a pagar si me quedaba. Además, la prueba de que era así es que yo seguía viviendo en mi aislamiento. Y yo no quería una vida así para mí.
Así que, o se producía un cambio o yo sentía que dejaba de avanzar. Necesitaba vivir más Realidad y más Verdad para yo volar. Y el cambio se produjo, de forma abrupta emprendí el camino en solitario.
En los seis últimos años, mi crecimiento y desarrollo de conciencia han aumentado de forma exponencial. Miro hacia atrás y veo quién yo era entonces y quién soy yo ahora y no me reconozco. Mi capacidad de ver, conectar e integrar la Realidad ha llegado a lugares que nunca hubiese imaginado. Si no me estuviera pasando a mí, creo que me costaría de creer. En esta nueva etapa tengo guías con cuerpo humano, maestros/as con cuerpo no humano y sin cuerpo. En especial agradezco a la Mujer Sanadora y entrega de Guía, que con su acompañamiento cercano y desde la libertad, permite que me despliegue en mi camino, sin trabas, para poder cumplir con mis propósitos de vida. Gracias a ella voy validando mi experiencia interna cuando se aleja una y otra vez de la realidad consensuada. Es testigo y portadora de nueva etapa en mi camino y mi desplegar. Y con su acompañamiento y la de los Maestros/as he llegado a mi Alma. Hoy vivo asentada en mi Alma y no en mi Ego. Como si se me hubiese caído un velo he descubierto que antes mi mirada era plana, como mirar un paisaje en una foto. Hoy puedo levantar mi mirada y ver el paisaje real y me adentro en él, lo vivo y lo experimento. Ya no siento aislamiento en mí, ha desaparecido de mi registro interno. Formo parte de la realidad, no estoy separada de ella. La experiencia vivida es el nexo. Y no es que antes no fuera así, es que no podía conectar porque no era capaz de vivir completamente “Mi realidad”.
¿Qué quiero decir con “Mi realidad”? Es vivir tan en mí que me fundo en la realidad. Y en ese fundir el otro y yo somos uno. Para ello, lo he tenido que amar todo de mi, TODO. Lo pongo en mayúsculas porque aquí voy a pegar un salto de plano de realidad. Todo de esta vida y todo lo de vidas pasadas (o paralelas) que he venido a trascender.
Dicho esto, mi camino no se termina aquí, sé y siento que no he tocado techo, mi camino sigue avanzando.
Lo que sí sé es que es el momento para compartir mi camino para que otros se puedan beneficiar.
Como también hoy sé que mi vida sí tiene sentido aunque yo a veces no lo pueda ver ni comprender. Porque vemos muy poquito de la Realidad en la que vivimos… tan poquito que a menudo no comprendemos lo que ocurre… Y confiar, es esencial. Pero sí lo tiene, la mía y la de todos. Desde esta certeza, sé hoy que el accidente que nos ocurrió cuando tenía 4 años no fue al azar. En mí abrió la brecha de un dolor que no se iniciaba en esta vida, de una desconexión conmigo misma que arrastraba de tiempos anteriores; y sé ahora que se abrió para darme la oportunidad en esta vida de sanarlo. Sólo desde la consciencia de que tenemos dolor, podemos sanarlo. Y cuando lo sanamos se convierte en Amor y energía pura. Es la alquimia de transformar el dolor y la oscuridad en Amor, Luz y Vida.